Liderazgo genuino

“El que en mí cree, las obras que yo hago, él las hará también; y aun mayores hará, porque yo voy al Padre.” Jesús en Juan 14:12

Un líder que no sirve a una causa es un líder desperdiciado. Tarde o temprano se centrará en sí mismo, en sus logros, en sus capacidades e influencia. El ego mandará con su típico estilo subrepticio y lleno de justificaciones y racionalizaciones. Por eso es importante que sirvas a una causa que sea mayor que tú, más alta, que te supere y te cobije. Si es menor, terminarás siendo indulgente, auto sirviéndote, cómodo y sin ensuciarte las manos, pero nadie necesita eso, no beneficia a nadie. Cuando esto pasa, la preocupación del equipo es la imagen del líder, cómo luce, cómo va su desempeño y su imagen. Las decisiones no son tomadas en función a un fin ni relacionadas con la misión y visión. Tampoco porque son correctas, sino porque convienen al líder, porque lo hacen ver bien y suben su “aceptación.” Es allí donde sin saberlo, día a día, gota a gota, vendemos el alma. Nos vamos desenfocando y nuestras metas se van relajando porque perdemos el norte. Es como un virtuoso guitarrista de jazz tocando reggaetón. Comenzamos a pretender que está bien pero sabemos que no. Pero cuando estás consciente de que eres un ladrillo en la gran pared, que lo que importa no eres tú sino la causa que sigues, entonces puedes enfocarte libre de ese peso de vanidad y de tener que agradar a todos. Liberador…

En esta cita Jesús nos revela un liderazgo diferente. Uno que empodera, que sirve a su equipo, que toma tiempo para coachearlos individualmente y que no solo no teme ser superado por sus discípulos, sino que los inspira a hacerlo, que promueve que usen sus dones, que vayan más allá. Ya Jesús se marchaba al Padre y necesitaba que ellos continuaran con su misión en la tierra, haciendo maravillas, milagros y sanidades aún mayores a los que Él había hecho. Eso no asustaba al Maestro. No estaba preocupado porque lograran más que Él, al contrario, los instaba a hacerlo. Eso es empoderamiento. Jesús no sufre de inseguridad ni de falsa humildad. Si cada miembro de tu equipo te supera gracias a que tú los enviaste más lejos, más fuertes, más arriba, pues que así sea. No caigas en el error de Saúl, que era hombre valeroso y obediente hasta que el pueblo aplaudió más a David. En vez de ponerlo como su fiel hombre de confianza hasta que llegara el tiempo de cederle el trono, Saúl se eligió a si mismo y fracasó estrepitosamente. La clave nos la da Jesús:

“Porque el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir…” Jesús en Marcos 10:45a

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