La intercesion que abre los cielos – parte 2
“¿…y aquél, respondiendo desde adentro, le dice: No me molestes; la puerta ya está cerrada, y mis niños están conmigo en cama; no puedo levantarme, y dártelos?” Lucas 11:7
Recientemente escuché una hermosa explicación de ésta parábola de Jesús de parte del apóstol Guillermo Maldonado: un hombre fue a tocar la puerta de su amigo a medianoche para pedirle pan para otro amigo que acababa de llegar de viaje, porque él no tenía “que ponerle adelante” (versos 5-6). El personaje central es el intercesor, quién a medianoche le toca la puerta a su amigo que ya está acostado (Jesús), para pedirle pan para su otro amigo (la persona en necesidad), porque él (el intercesor) no tiene nada (pan, alimento) que ponerle adelante. El intercesor le pide a su amigo Jesús que le de tres panes (verso 5): el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. No por casualidad Jesús contó esta hermosa parábola justo después de enseñar a Sus discipulos (y a nosotros) a orar lo que conocemos como la oración dominical.
Pero en el verso de arriba, Jesús pretende estar ocupado en sus propios asuntos y desinteresado en los nuestros, por lo que nos reta a insistirle, a importunarle (a medianoche), a perseverar. Él a veces nos prueba con obstáculos para así medir hasta donde nos puede llevar nuestra fe, como aquellos cuatro que le trajeron a Jesús a un paralítico a través del techo de la casa del Maestro. Solo Dios puede dar el verdadero pan (Juan 6:32-35), por lo cual nosotros debemos clamarle por aquellos cuyas almas están desnutridas, secas, agotadas, marchitas. Además interceder es una poderosa manera de incrementar tu comunión con Dios “tocando” la puerta de tu amigo, Jesús, para pedirle asistencia para otras personas, ya sea tu familia, amigos y conocidos, personas públicas o en eminencia (autoridades), regiones y naciones enteras y, por supuesto, tus enemigos. Comienza ahora mismo, eso atraerá Su atención porque son pocos los que oran y claman Su Nombre a diario:
“Nadie hay que invoque tu nombre, que se despierte para apoyarse en ti; por lo cual escondiste de nosotros tu rostro, y nos dejaste marchitar en poder de nuestras maldades.” Isaías 64:7