Escucha bien lo que hablas
“El hombre será saciado de bien del fruto de su boca; Y le será pagado según la obra de sus manos.” Proverbios 12:14
Si empezamos por la segunda oración, es claro: nuestro trabajo produce nuestro salario. Pero la saciedad (satisfacción) y el disfrute del fruto de ese trabajo vienen de nuestra boca (palabras). Medita en esto:
- ¿Qué palabras usas para calificar tu trabajo? ¿Si esas palabras fueran semillas, cómo serían sus frutas, frescas o marchitas, jugosas o secas?
- ¿Cómo hablas de tu jefe, colegas y equipo? Si esas palabras fueses semillas, ¿producirían mejoría en ellos o los hundirían aún más?
- ¿Cómo te refieres al fruto de tu trabajo (ingresos)? ¿Lo recibes agradecido y apartas de él para Dios y para otros independientemente de la cantidad que sea, o vives pregonando que no te alcanza para nada y como te quedas en cero el mismo día en que lo cobras?
- Si te mudas a una casa y el jardín está lleno de monte, ¿qué haces? ¿Los arrancas y siembras plantas que produzcan flores y frutos, y atraigan a las aves del campo, o riegas el monte y siembras cardos y espinos para que vivan arañas y escorpiones?
Esforzarte por trabajar mejor mientras te quejas con amargura respecto a ese trabajo es como pisar el acelerador y el freno de tu auto a la vez. Mucho ruido y humo pero no avanzas. Enfócate menos en lo visible y más en el potencial. Recuerda que cuando tú haces bien tu trabajo, Dios también trabaja en Su mejor obra: TÚ. Cuida tus palabras porque son semillas que tarde o temprano cosecharás para ti. Escucha bien lo que hablas. Lo que siembres, eso segarás…
“Ninguna palabra corrompida salga de vuestra boca, sino la que sea buena para la necesaria edificación, a fin de dar gracia a los oyentes.” Efesios 4:29