El poder de una oveja
“Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen, y yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano.” Juan 10:27-28
El Nuevo Testamento nos compara con ovejas. Muchos se molestan y otros se burlan porque interpretan que la comparación se debe a que los creyentes seguimos a Jesús a ciegas, sin una justificación racional. Pero realmente la metáfora es otra: la oveja se extravía fácilmente. En medio del peligro, no huye sino se paraliza; no sabe pelear ni defenderse del lobo y, cuando éste la acecha, comienza a balar asustada, haciéndose aún más vulnerable a sus depredadores. La verdad es que ni siquiera sabe encontrar comida sola ni recuerda la ubicación del manantial adonde el pastor la llevó ayer a abrevar. ¿Algún parecido con la realidad de los seres humanos? ¿Puedes pelear tú solo con el lobo o una jauría? ¿Sabes cómo llegar donde está tu alimento y reconoces donde queda el manantial de vida? Según las Escrituras, tú y yo nos perdemos fácilmente, y debido a eso necesitamos tener siempre un Guía. No nos sabemos defender de nuestro enemigo, por lo que necesitamos un Protector. En las crisis nos paralizamos y temblamos mientras nos quejamos dando balidos, por lo que necesitamos un Confortador. La verdad es que no somos tan poderosos ni tan astutos como creemos y quisiéramos.
Ser cristiano implica, entre otras cosas, reconocer nuestra incapacidad de guiar exitosamente nuestra vida; que somos débiles y que nos desviamos y distraemos con facilidad. Que entendemos nuestra necesidad de Dios porque “separados de Él nada podemos hacer.” (Juan 15:5b). Jesús compara esa necesidad con una planta de uvas, donde tú y yo somos las ramas y Él es el tronco, la Vid. Sin Él, somos como una rama en un florero: floreada, pero marchitándose sin esperanza; hermosa sí, pero por muy poco tiempo, y jamás te producirá una sola uva… La buena noticia es que una vez que el Padre te adopta, desde el momento que recibes a Jesucristo en tu corazón como tu único y suficiente Salvador, la situación cambia. Literalmente pasas de las tinieblas a la luz, de la potestad (estar bajo el dominio) de satanás a Dios (Hechos 26:18; Colosenses 1:13). El Espíritu Santo, en Su infinita humildad, se muda a ti, a pesar de tus errores y debilidades, y comienza a transformarte. Te sella con las arras de Su Espíritu y renueva Su pacto eterno contigo. Ahora Le perteneces y nadie te podrá arrebatar de Su mano poderosa:
“Mi Padre que me las dio, es mayor que todos, y nadie las puede arrebatar de la mano de mi Padre.” Juan 10:29
Amén!!🙌
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