La mujer que le robó un milagro a Jesús
“Y en seguida la fuente de su sangre se secó; y sintió en el cuerpo que estaba sana de aquel azote.” Marcos 5:29
Esta mujer había sufrido de continua hemorragia por doce años. De acuerdo con la Ley, una mujer estaba inmunda cuando tenía su menstruación. Esto quiere decir que no podía ser tocada y nadie debía ni siquiera sentarse en la silla en la que ella se había sentado. Ahora imagínense lo que significó para ella, en una cultura donde todos se casaban y tenían hijos, pasar doce años de su vida fértil sin ser tocada, acariciada ni besada, ni siquiera por sus familiares más cercanos. En su desesperación gastó todo su dinero en médicos y tratamientos, pero nada funcionó, “antes le iba peor” (Verso 29b). ¿Alguna vez te has sentido rechazado o rechazada y sin tener de quien recibir un poco de consuelo o aliento? Imagino que uno a uno, cada potencial marido iba tirando la toalla al no ver una solución factible, y ella fue relegada, estigmatizada. Esta mujer debió saber lo que es sufrir decepción y ser víctima de algo que, al menos a nuestros ojos, parece muy injusto. Ella pudo irse a un monasterio, haberse aislado a algún lugar o aún haber tomado su vida. ¿Qué esperanza puedes tener cuando nadie puede acercarse a ti ni tocarte, te empobreces de tanto gastar en muchos médicos y ni uno solo de ellos logra darte alguna esperanza? Sin embargo y contra todo pronóstico, ella prevaleció…
Un día ella escuchó un griterío. Jesús, seguido de una multitud a la que le había estado predicando, pasaba con Jairo, un principal de la sinagoga, hacia la casa de éste porque su hija acababa de morir. Algo dentro de ella revivió la esperanza. Más que eso, una fe, la certeza y convicción de que “si tocare tan solamente su manto, seré salva.” (verso 28). Y con esa fuerza se abrió camino entre la multitud. Imagino que los que la reconocían se apartaban para no hacerse inmundos. Ella corría además el riesgo de que alguien la acusara de contaminar a otros. Pero con esa determinación, llegó hasta donde estaba el Rabí y, por su vergüenza, vino por detrás de Él. Camuflajeada entre la multitud, estiró su brazo y su mano tocó Su manto. Fue estremecedor. Tan poderoso que Jesús sintió que fuerza salió de Él. ¿Y tú? ¿Sabías que tu fe puede arrancarle un milagro al Señor? Al menos esa es la enseñanza y por algo está en la Biblia. Anímate. No dejes que los fracasos te quiten la victoria final. Persevera en Jesús porque Él anhela que estires tu fe en Él:
“Y él le dijo: Hija, tu fe te ha hecho salva; ve en paz, y queda sana de tu azote.” Marcos 5:34