Tu Aflicción Dará Fruto

“Verá el fruto de la aflicción de su alma, y quedará satisfecho …” Isaías 53:11a

El profeta está anunciando algo que pasaría siete siglos después y que, desde nuestra perspectiva, ocurrió hace dos mil años: la encarnación de Jesucristo. Si lees los diez versos preliminares, verás que describen de manera cruda, el sufrimiento inimaginable que tuvo el Señor Jesús para salvarnos. Sin embargo, al llegar a este verso la narración toma un giro inesperado. Jesús “verá el fruto de la aflicción de su alma.” ¿De qué está hablando? De la cosecha que produjo, que aún produce y producirá su dolor. Me impacta ver que no resalta solo el dolor físico de Jesús (fue golpeado, azotado, herido con una corona de espinas, recibió puñetazos, y luego murió en tormentos, crucificado) sino la aflicción de su alma. Jesús fue traicionado por Judas, todos sus discípulos menos Juan lo abandonaron, se burlaron de Él aquellos mismos a quienes vino a salvar, lo crucificaron desnudo, le escupieron, Herodes hizo mofa de Él, etc. Sin embargo, dice acá que esa aflicción dio fruto tan bueno que Jesús quedó satisfecho. En otras palabras, dice que valió la pena, que no fue un sacrificio en vano. ¿Y cuál es ese fruto? Ese fruto somos tú y yo, y todos los creyentes de la tierra que hemos aceptado el pacto de su sangre.

Y tú, ¿qué aflicción estás pasando hoy? Quizás estás con un reporte médico preocupante, tuyo o de un ser querido; un tema relacional con tu cónyuge o hijos, o el hecho de que trabajas mucho, pero detestas lo que haces o el dinero no te alcanza. Quizás estás en una adicción en la que te sientes completamente preso sin esperanza alguna, o en un estado constante de ansiedad que no te permite disfrutar nada ni avanzar. Aún en medio de esa difícil situación, quiero retarte con una pregunta: ¿Para qué podría servir esta situación? ¿Cómo podría utilizarse este profundo dolor? Permíteme aclarar algo, el mal no viene de Dios, Él es luz y en Él no hay ningunas tinieblas. Sin embargo, Él puede permitir circunstancias que te saquen de tu zona de confort y te apunten hacia el propósito que Él tiene para ti. Persevera en la fe. No te desanimes ni culpes a Dios. Él puede darle propósito a tu dolor y usarlo a tu favor o el de otros, siempre y cuando le entregues la situación a Él, con fe. No desperdicies tu dolor, dale sentido, asegúrate que te lleve a algo bueno, que de fruto porque tendrás recompensa. Pon tus ojos en Cristo.

“puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe, el cual por el gozo puesto delante de él sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y se sentó a la diestra del trono de Dios.” Hebreos 12:2

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