Es un misterio…
“esto dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y los dos serán una sola carne. Grande es este misterio…» Efesios 5:31-32a
Algunos se casan pero con el anhelo de seguir viviendo como solteros. Otros lo hacen con la esperanza de lo que van a recibir, de cambiar al otro o ser cambiados, de convivir con alguien que les hará ser por siempre felices, ¡qué infantil! Muchos retrasan sus bodas procurando extender su “libertad,” y un creciente grupo prefiere probar antes, para ver como les va. Otros confunden su pacto con un contrato que estipula derechos y deberes y darán solo mientras reciban lo acordado. Visto así es fácil entender por qué tantos fracasan… lo impresionante más bien es que algunos lo logren, o al menos que permanezcan unidos.
Pero en esta cita Pablo menciona algo interesante en lo que pocos meditan. Ambos cónyuges se volverán uno, una sola carne, un solo ser pero ¿cómo así? Bueno, es que es un misterio. Es algo oculto que Dios nos revela, algo secreto que se entiende en el espíritu, no solo en el alma (psique, emociones, voluntad). Solo allí podemos comprometernos en un verdadero pacto. Solo por inspiración divina podemos anteponer otro a nosotros mismos, las necesidades de otro a las nuestras, el bienestar de otro al nuestro. En el plan original de Dios fuimos creados conforme a Su imagen y yo creo que se refiere a que tenemos la capacidad de amar y entregarnos uno por el otro. Nunca somos tan parecidos a Dios como cuando amamos y pensamos más en dar que en recibir. Solo a través del Espíritu Santo podemos entender que la pareja que tenemos, con todos sus defectos y virtudes, fue escogida como complemento específico de Dios para cada uno de nosotros. Esa mujer fue simbólicamente extraída de la costilla de su esposo para complementarlo luego, en espíritu, alma y cuerpo. Así lo visualizó Dios desde el vientre de sus madres. Ama a tu mujer como a la preciosa creación que Dios hizo para ti. Respeta a tu esposo como otorgado por Dios. Tenemos una naturaleza pecaminosa, carnal, egoísta, y sin la ayuda del Espíritu Santo esa naturaleza prevalecerá. La próxima vez que te enojes con tu pareja, apártate discretamente y comienza a bendecirla, a declarar que tu matrimonio es fuerte, que no depende de las circunstancias, que la separación no es ni será una opción (excepto en los casos de abuso). Clámale a Dios y levántate por tu matrimonio y por tu familia. Recuerda que ese pacto no es entre ustedes dos sino entre tres, porque incluye también a Dios; y si lo dejas, Él lo hará irrompible:
“Y si alguno prevaleciere contra uno, dos le resistirán; y cordón de tres dobleces [Dios, tu cónyuge y tú] no se rompe pronto.” Eclesiastés 4:12