Dios no se ha apartado…

“He aquí que no se ha acortado la mano de Jehová para salvar, ni se ha agravado su oído para oír; pero vuestras iniquidades han hecho división entre vosotros y vuestro Dios, y vuestros pecados han hecho ocultar de vosotros su rostro para no oír.” Isaías 59:1-2

¿Alguna vez te has preguntado, en medio de la angustia, donde está Dios y por qué parece no atender tu clamor ni angustia? ¿Lo has sentido lejano o inaccesible? Esta cita aclara que su mano no se acortado para ayudarte ni su oído está cerrado para oírte. Él está donde siempre ha estado, cerca, esperando que cambies el rumbo y regreses a Su fuente. Él no se arrepiente de haber sufrido una muerte brutal para salvarte, porque no ha renunciado a ti ni a tu regreso. Jesús sigue esperándote, creyendo en ti, apostando a ti, para que vuelvas a la maravillosa senda que Él diseñó desde antes de que nacieras, y obtengas el brillante futuro para el que Te creó, sin importar tu pasado. Él tiene guardada una piedrecita blanca con tu nuevo nombre, tu verdadera identidad (Apocalipsis 2:17). Dios no se ha separado de ti. Él está a tu puerta y te llama. Si tú oyes Su voz, y abres, Él entrará a ti, y cenará (tendrá intimidad) contigo (Apocalipsis 3:20), porque a ninguno que viene a Él, lo echará afuera (Juan 6:37). Te espera…

Sin embargo nuestro pecado le cierra la puerta en la cara. Nuestra rebelión le dice: “no te necesito, no quiero corrección; ni siquiera creo que seas real ni que me ames tanto como dicen. Apártate de mi camino, yo soy el dueño de mi destino y controlo mis pasos.” Otras veces es nuestra autoestima quien, herida como una pequeña ave que se arrastra, le dice: “soy un fracaso, mi vida es un desastre, no hay salida, no valgo nada, nunca me vas a amar ni perdonar. Si nadie visible me ha amado, ¿cómo puedo creer en Ti que eres invisible?” Las mismas dos viejas estrategias de satanás: Una, hacerte creer que estás por encima de todos, forzándote a construir tu complejo de superioridad sobre las columnas de tu inseguridad y, la otra, hecha con los ladrillos del temor a la inferioridad y al rechazo. Ambas fortalezas obstruyen la entrada de la Luz, y deben destruirse…

“porque las armas de nuestra milicia no son carnales, sino poderosas en Dios para la destrucción de fortalezas, derribando argumentos y toda altivez que se levanta contra el conocimiento de Dios,” 2 Corintios 10:5-6a

 

Los comentarios están cerrados.

A %d blogueros les gusta esto: