Amando a tu cónyuge

“…el que ama a su mujer a si mismo se ama.”  Efesios 5:28

Jesús dice que el primer mandamiento es amarlo a Él “con toda tu alma, y con toda tu mente, y todas tus fuerzas,” (Marcos 12:30) y que el segundo es amar a tu prójimo “como a ti mismo” (Marcos 12:31), pero si amarte a ti mismo es pre-requisito para amar a tu prójimo, ¿qué lugar ocupa en esta secuencia el amarnos a nosotros mismos? Bien, creo que está escondido en el primer mandamiento. No puedes amar a Dios con todo tu ser sin conocer Su corazón, y solo cuando entiendes Su inmenso amor por ti comienzas a amarte realmente. Comprendes que a pesar de lo que diga el mundo, tú eres Su creación y tienes Su diseño en ti. Entonces te amarás profundamente pero sin arrogancia porque sabrás que eres una maravillosa y única creación, pero Suya, por Su gracia. Y solo cuando te amas con esa fuerza llena de gratitud y humildad puedes amar a otros porque entiendes que los demás, incluyendo a tus enemigos, están en Su plan y Él los quiere de regreso también. La vacuna para que el amor a nosotros mismos no nos cause arrogancia ni vanidad es amarlo primero a Él. Solo así conocemos nuestra posición en Cristo y ocupamos nuestro verdadero lugar en Su Creación.

Pero entonces, ¿qué lugar ocupa el amor del hombre por su esposa? En el primer verso Pablo confirma que el hombre y la mujer, al unirse a través del matrimonio son “una sola carne” (Génesis 2:23-24), de modo que tu mujer forma parte de ti. Si te amas a ti mismo, la puedes amar y, si la desprecias, te desprecias a ti mismo. Ella complementa tu vida. Es parte integral, no un accesorio. Tu vida y la de tu esposa están entrelazadas y es una a los ojos de Dios. En Génesis 2:18 Dios dijo: “le haré ayuda idónea para él” (Adán), de modo que ella es la compañera específicamente seleccionada para ti. Pero ayuda idónea para tu vida, no para tu carne. Está allí para pulirte, no para malcriarte. Debes cultivarla, no esclavizarla. Es tu compañera no tu empleada. Su carácter complementa y balancea al tuyo; te libra de errores y te muestra perspectivas distintas para que ensanches tu visión. Dios la puso a tu lado para bendecirte. La sacó de tu costilla (Génesis 2:22) para que proteja tu corazón mientras camina bajo tu brazo, a tu lado, no detrás. Dios tiene planes para tu esposa que se cumplirán solo con tu activa participación y apoyo. Ella no logrará todo su potencial sin tu ayuda y tampoco lo harás tú sin la de ella. Tu matrimonio necesita revelación del Espíritu Santo para florecer y prosperar. No lo construyas sobre la carne porque es divino:

“Y si alguno prevaleciere contra uno [tú], dos [tu cónyuge y tú] le resistirán; y cordón de tres dobleces [el Espíritu Santo, tu cónyuge y tú] no se rompe pronto.” Eclesiastés 4:12

Los comentarios están cerrados.

A %d blogueros les gusta esto: