¿Trigo o cizaña? – parte 1

“Y cuando salió la hierba y dio fruto, entonces apareció también la cizaña.” Mateo 13:26

La cizaña es tan semejante al trigo que en algunos lugares la llaman “falso trigo.” Más adelante, en el verso 38, Jesús explica que la “buena semilla” (de la que sale el trigo) “son los hijos del reino, y la cizaña son los hijos del malo,” de modo que los hijos del reino y los del diablo no se diferencian a primera vista. Por eso los discípulos no tenían idea de quien traicionaría al Señor, y Pilato estaba confiado de que el pueblo escogería a Jesús. ¿Cómo es posible que los hijos del enemigo se confundan con los hijos del reino (siendo tan diferentes por dentro), y que no podamos detectar a la cizaña para protegernos de su malicia? ¿Cómo podemos crecer entrelazados como si fuéramos de la misma familia? Bueno, Jesús nos diferencia claramente: el trigo da frutos, la cizaña no…

Ahora la pregunta es: ¿qué somos nosotros? ¿Estamos seguros de que somos trigo o sería posible que seamos cizañas confundidas? ¿Cómo saberlo con certeza? Viviendo entre el trigo y la cizaña, ¿no podríamos eventualmente confundirnos? Salomón advierte: “todo camino del hombre es recto en su propia opinión; pero Jehová pesa los corazones” (Proverbios 21:2), de modo que nuestra indulgencia no significa nada sino lo que hay en nuestro corazón; debemos revisarnos porque podríamos ser parte de problema. Aún el ungido rey David clamaba a Dios diciendo: “líbrame de los pecados que me son ocultos” (Salmos 19:12) porque el hecho de que juzguemos esto o aquello apropiado o no, según nuestra propia cultura, educación, preferencias o costumbres no significa nada porque simplemente no somos el juez. El Padre es el que juzgará así que, ¿qué hay en tu corazón? ¿Trigo o cizaña? ¿Qué siembras cada día, cada vez que hablas? Quizás te complaces en chismear y lo consideras tolerable, pero no lo es (Mateo 5:2). O podrías pensar que el adulterio o la fornicación, no se pueden evitar y, claro, una mentirita “blanca”, no te llevará al infierno. Mejor nos preguntamos con sinceridad y a solas: ¿cuál es mi fruto?

“Por sus frutos los conoceréis. ¿Acaso se recogen uvas de los espinos, o higos de los abrojos? Así, todo buen árbol da buenos frutos, pero el árbol malo da frutos malos.” Mateo 7:16-17

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