Hijos amados – parte 1
“y descendió el Espíritu Santo sobre él en forma corporal, como paloma, y vino una voz del cielo que decía: Tú eres mi Hijo amado; en ti tengo complacencia.” Lucas 3:22
Jesús era bautizado cuando el Padre le declaró estas palabras recordándole quien Es. Por eso comienza diciéndole: “Tú eres.” No le dice “tú tienes” ni “tú haces.” Ni siquiera Le llama por Su título de Mesías o Redentor sencillamente porque el Padre no le está diciendo quien es para el mundo, lo que debe lograr ni cual es Su misión. Abba le está declarando quién es Jesús para Él. “Mi Hijo.” Eres mío. Tú eres mi Hijo y además “eres amado.” Y añade: “en ti tengo complacencia.” La traducción del original en griego para la palabra complacencia es “deleite, que causa alegría, que place.” El amor del Padre por el Hijo era exactamente el mismo antes que después del sacrificio de Jesús. Ese amor infinito no estaba condicionado a las circunstancias sino por encima de todo. Creo que para los que tenemos hijos puede ser más fácil entender este amor. A veces silenciosamente observo a cualquiera de mis hijos cuando estudian, juegan o aún duermen, y la “complacencia” simplemente no me cabe en el pecho.
Pero no por casualidad eligió el Padre este momento para recordarle Su identidad a Jesús. De allí, iría directamente al desierto a confrontar a satanás por cuarenta días. ¿Por donde vendría el ataque? Por Su identidad, como siempre (el diablo no es creativo). Por eso le tienta diciendo: “si eres Hijo de Dios” pero, ¡qué buen Padre tenemos en los Cielos! Lo anima en el exacto momento que iniciaba Su Ministerio porque, una cosa era vivir con Sus padres en la carpintería y otra vencer al maligno y a la muerte. Este mundo jamás se lo perdonaría. ¿Cómo despojarse de toda Su realeza y mantenerse absolutamente humilde hasta la agonía de la peor de las muertes? Solo sabiendo quien Es y teniendo un amor igual por ti y por mí. Si Jesucristo necesitó escuchar estas palabras del Padre para mantenerse centrado en Su misión, ¿no crees que tú y yo también? Se me humedecen los ojos solo de imaginarme que mi papá pudiera decírmelas pero Dios lo hace, no por nada que haya logrado, no por mi buena conducta sino por lo que soy, para Él: Su hijo amado en quién tiene complacencia. Igual que tú.
“Nosotros le amamos a él, porque él nos amó primero.” 1 Juan 4:19