Una deuda impagable
“El señor de aquel siervo, movido a misericordia, le soltó y le perdonó la deuda. Pero saliendo aquel siervo, halló a uno de sus consiervos, que le debía cien denarios; y asiendo de él, le ahogaba, diciendo: Págame lo que me debes.” Mateo 18:27-28
Al primer hombre su acreedor acababa de perdonarle una deuda de 10.000 talentos. Cada talento valía 34 kilogramos de plata así que estaríamos hablando de varias decenas de millones de dólares. Sin embargo él, en el momento mismo de salir perdonado, se consiguió a alguien que le debía solo 100 denarios (un denario equivalía a un día de salario mínimo), y lo presionó sin compasión. Acababan de perdonarle una deuda impagable, pero no pudo él perdonar una mínima fracción de la suya.
Haz una pausa y piensa: ¿manejas auto mejor o peor que el promedio? Probablemente tu respuesta sea “mejor” y, solo si eres muy objetivo digas “como la mayoría.” Sin embargo el promedio, para poder ser promedio, necesita que existan muchos que lo hagan peor para compensar a aquellos que lo hacen mejor. Si todos estamos por encima del promedio, ¡algo está mal con ese promedio! ¿Sabes por qué pasa esto? Porque sufrimos de un sesgo a nuestro favor que impide juzgarnos objetivamente. Por eso Salomón dice: “Todo camino del hombre es recto en su propia opinión; Pero Jehová pesa los corazones.” (Proverbios 21:2) Cuando nos comparamos somos benévolos con nosotros y críticos con los demás. Vemos la paja en el ojo del hermano y no la viga en el nuestro (Mateo 7:1-5). Por eso en esta parábola de Jesús, el primer deudor somos tú y yo, aquellos que jamás podrán pagar su deuda. Estábamos demasiado hundidos para salir del foso. Por eso Él tuvo que rescatarnos “anulando el acta de los decretos que había contra nosotros, que nos era contraria, quitándola de en medio y clavándola en la cruz…“ (Colosense 2:15). Seamos agradecidos y perdonemos al hermano todas sus ofensas porque, después de tan grande misericordia, el señor se enteró de la dureza del primer siervo y no le fue bien:
“Entonces su señor, enojado, le entregó a los verdugos, hasta que pagase todo lo que le debía. Así también mi Padre celestial hará con vosotros si no perdonáis de todo corazón cada uno a su hermano sus ofensas.” Mateo 18: 34-35
Es tan cierta la palabra escrita, que me produce una profunda tristeza porque en mi enojo y soberbia, me cuesta perdonar a los que me agreden. Quisiera tener sabiduria y comprension para manejar mi ira y dejar de lado a aquellos que sin razon, me obligan a defender aquello por lo que se me juzga. Conozco mis debilidades y fortalezas, defectos y virtudes, pero quiero cambiar a otros y nadar contra corriente. Con ello me desgasto y descompongo mi espiritu y termino callando, pero no perdono. Se que Dios dice que el alma solo debe contener sentimientos nobles, sinceros y verdaderos, pero en este mundo en que vivimos, perdemos eso con una desfachatez sorprendente, hasta en la familia lo he sentido y eso me produce alejamiento, y por ende soledad. Hay momentos en que no se donde quiero estar. En esos momentos de miedo, le pido a mi Dios que no me haga caer en oscuridad, que me tienda sus brazos y me acune en su pecho. Necesito que la gente me extrañe porque con eso me siento viva, importante para alguien. Es eso, pedanteria? Pues mis miedos me dominan y es entonces cuando quisiera gritarle al mundo que aqui estoy, que no me he ido, que me quieran. Realmente amigo, a veces mi lucha interior me hace ver fantasmas que me hacen rabiar. Perdoname Señor, si no me apego a tus enseñanzas. Solo soy una oveja descarriada, pero que te ama profundamente.
Enviado desde mi smartphone Samsung Galaxy.
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