¿La gloria de quién?
“El que habla por su propia cuenta, su propia gloria busca; pero el que busca la gloria del que le envió, éste es verdadero, y no hay en él injusticia.” Juan 7:18
Vivimos tiempos de gloria. No porque hayamos erradicado la pobreza, alcanzado paz sostenida, o porque todos los niños de la tierra tengan acceso a la educación. Mucho menos porque la humanidad haya unánimemente reconocido el señorío de Jesucristo. Vivimos tiempos de gloria porque a diario vemos, en ese altar que son algunos medios de comunicación, aparecer y desaparecer personas solo por ser controversiales o mordaces. Gente muy preocupada no tanto por el contenido de lo que publican como por el número de “likes” que reciben. Uno de nuestros mayores temores es el rechazo, y para evitarlo jóvenes se entregan al alcohol, a las drogas, o desestiman su virginidad; altos ejecutivos son humillados o humillan a otros, todo para obtener el anémico reconocimiento de sus superiores; y hasta padres abandonan familias, solo por recibir la mirada admirada del amante. “¿Ser o no ser?” ¡Estamos tan preocupados por nosotros mismos…!
Dios te ama tal y como eres ahora, y nada puedes hacer para que te ame más. Su amor no depende de tu desempeño ni logros, sino que proviene de quien eres: Su especial tesoro. Su anhelo por ti no está asociado a ese “tú” que pretendes proyectar. Nuestros disfraces no lo engañan. Si pudiéramos vislumbrar, en nuestro corazón, quienes somos, empezaríamos a ocuparnos en ello y no en lo que otros piensan de nosotros. Por eso acá, el propio Jesús nos da la fórmula: ¿Qué gloria persigues, la tuya o la de Aquel que te envió? ¿Eres tú constantemente el centro de tu mundo o puedes considerar la perspectiva de Dios, la de tu cónyuge, y la de otros? ¿Puedes ser el segundo después de Dios o, como muchos, inconscientemente esperas que Dios te secunde a ti? ¡Cuánto bien y cuánta paz nos daría un poco de verdadera humildad! Seríamos libre del estrés y del juicio de otros pero, sobre todo, dejaríamos de juzgar a los demás porque nos gusta rebajar a otros para sentirnos superiores. Por eso me encanta la sencillez del fiel Juan el Bautista cuando, al ser interpelado para que dijera si era o no el Mesías, simplemente respondió:
“Es necesario que Él crezca, pero que yo mengüe.” Juan 3:30