No ignores los síntomas

“…y había allí una mujer que desde hacía dieciocho años tenía espíritu de enfermedad, y andaba encorvada, y en ninguna manera se podía enderezar.” Lucas 13:11

Esta mujer estaba tan encorvada, todo el tiempo, que “en ninguna manera se podía enderezar.” Jesús, de quien con certeza había escuchado, estaba allí en la misma sinagoga, pero ella no le pidió sanidad. ¿Por qué? Era judía y seguramente había oído de las  maravillas que hacía. Pienso que se había acostumbrado a vivir así, viendo solo el suelo y los pies terrosos en las sandalias de los que pasaban cerca. No podía levantar su cabeza, respirar profundo ni levantar sus manos para exaltar al Dios de Abraham, Isaac y Jacob. La Biblia no aclara si ella lo consideraba un castigo de Dios o simplemente aprendió, desde pequeña, que la vida es así y ese era su destino. La pregunta es, y tú, ¿a qué te has acostumbrado?

Quizás tu matrimonio no es muy excitante pero tú aprendiste que luego de pocos años, la pasión y el romance se pierden, y no detectas que tu cónyuge se marchita por la falta de tus atenciones. O tal vez cada tarde de domingo, aunque te lamentas porque mañana temprano irás a ese trabajo tan aburrido, después de todo, trabajar es un castigo y es lo que te da de comer. Y el mismo principio aplica para tus hijos y familia, para tus finanzas o para esa salud deteriorada y limitante. Observa los síntomas. El dolor físico es una bendición porque nos avisa que algo anda mal; de otro modo nos moriríamos de repente. Igualmente el dolor del alma anuncia que algo se está debilitando en tu relación, en tus sueños, en tus relaciones, en tus proyectos, y que estás perdiendo la perspectiva. No te acostumbres a vivir encorvado y a ver hacia el suelo. Analiza que área de tu vida está débil, monótona, estéril, e invita a Jesucristo a que te guíe a renovarla. No te limites a humedecer las ramas, nutre la raíz. Déjalo entrar y sanar, restaurar, renovar. Él quiere que tu vida sea significativa y cumplas el propósito para el que te creó (Salmos 138:8). Quiere verte florecer, avanzar en la batalla y vencer porque ya Él venció. Del mismo modo como tú deseas ver a tus hijos prosperar en todo, así tu Padre celestial quiere verte a ti.

“Amado, yo deseo que tú seas prosperado en todas las cosas, y que tengas salud, así como prospera tu alma.” 3 Juan 1:2

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