Saliendo de las maldiciones
[Yo soy Jehová] «que guarda misericordia a millares, que perdona la iniquidad, la rebelión y el pecado, y que de ningún modo tendrá por inocente al malvado; que visita la iniquidad de los padres sobre los hijos y sobre los hijos de los hijos, hasta la tercera y cuarta generación.” Deuteronomio 34:7
La palabra griega Avon, que se traduce a veces como pecado, maldad o iniquidad entre otras, es generalmente referida a nivel natural, sin embargo, es más profunda que eso. Este verso muestra que Jehová perdona la iniquidad, la rebelión y el pecado; tres cosas similares, pero no iguales. Comparando la maldad con un árbol, podríamos decir que el pecado es el fruto, la rebelión es el tronco y la raíz es la iniquidad. En nuestro ser, el pecado reside en el cuerpo y la rebelión en el alma, mientras la iniquidad mora en el espíritu. El pecado es la manifestación externa (fruto) de la rebelión que sentimos en el alma (tronco). La iniquidad, en cambio, es una tendencia, una influencia, un patrón o inclinación al mal. He conocido personas que se arrepienten de sus pecados (cortan las ramas) y comienzan a renovarse por la Palabra (cortan el tronco), pero si la raíz de iniquidad no es arrancada, la tendencia regresará. Tenemos una genética espiritual que nos inclina a seguir un patrón de conducta, una órbita, por donde pasamos una y otra vez. La iniquidad es la herencia de maldad con la que todos nacemos.
Del mismo modo como tus genes hicieron que te parezcas a algunos de tus ancestros (sean guapos o no), y así como existe una herencia psicológica (almática) en cada familia (constructiva o destructiva), recibimos además una genética espiritual, una herencia con la tendencia a repetir lo que hicieron nuestros predecesores; una propensión innata a algunas de las acciones que ellos practicaban (sean buenas o malas). A eso le llamamos maldad. Por eso la iniquidad no se elimina con la voluntad (alma) ni castigando al cuerpo, porque ella mora en el espíritu. Para romper esa tendencia es necesario que ocurra un injerto genético: Cristo. Solo cuando Él, la Palabra Viva, entra a tu ADN espiritual y lo renueva a través de Su sacrificio, eres transformado. “Cristo nos redimió de la maldición de la ley, hecho por nosotros maldición (porque está escrito: Maldito todo el que es colgado en un madero.” Eso tiene el fin de cambiar nuestras maldiciones generacionales en bendiciones generacionales:
“para que en Cristo Jesús la bendición de Abraham alcanzase a los gentiles, a fin de que por la fe recibiésemos la promesa del Espíritu.” Gálatas 3:13-14