¡No te engañes!
“Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso; ¿quién lo conocerá?” Jeremías 17:9
En medio de un mundo donde el lema central de la cultura es “sigue tus sentimientos” y “consiéntete, tú lo mereces…”, la declaración firme de un profeta del calibre de Jeremías resuena, desde hace dos milenios y medio, como una gigantesca trompeta en medio del silencio, instándonos a no creer en lo que sentimos porque seremos defraudados. Pocos siglos antes, el sabio Salomón ya había reiterado una y otra vez que: “Todos los caminos del hombre son limpios en su propia opinión; Pero Jehová pesa los espíritus,” (Proverbios 16:2; 21:2) y “El camino del necio es derecho en su opinión; Mas el que obedece al consejo es sabio”, (Proverbios 12:15). Solo recientemente la ciencia ha podido comprobar algo que, con un poco de honestidad, todos podemos entender: los seres humanos no podemos ser completamente imparciales. Tenemos sesgos psicológicos que distorsionan nuestras percepciones, y nos juzgamos de un modo muy diferente del que juzgamos a otros. Incluso los jueces más íntegros y experimentados, que dedican su vida a juzgar con objetividad en cortes y tribunales pueden, bajo ciertas circunstancias, ser víctimas de esta parcialidad.
Pero lo que molesta de este mensaje es que no es popular. Al ser nuestros sentimientos engañosos, no se “siente bien” contradecirlos. Si estoy enojado, no quiero reconocer mi error sino desahogar la ira; si siento atracción sexual hacia alguien que no conviene, no quiero que me repriman; si cometí un grave error, no se “siente bien” reconocerlo ni mucho menos pedir perdón. Nos autocalificamos de “espíritus libres” cuando simplemente carecemos de dominio propio o nos falta coraje. He conocido personas que tienen la extraña capacidad de escoger siempre la opción errada, la menos conveniente, decidiendo en función de huir de los problemas en vez de confrontarlos, buscando siempre la opción más fácil, aún a sabiendas de que no es la mejor. No, el corazón no es un buen guía porque nuestros sentimientos no solo son engañosos, son perversos, es decir, pervierten, desvían, distorsionan. Hacen que lo incorrecto parezca correcto, pero Dios llama las cosas por su nombre, por eso otro gran profeta nos advierte:
“¡Ay de los que a lo malo dicen bueno, y a lo bueno malo; que hacen de la luz tinieblas, y de las tinieblas luz; que ponen lo amargo por dulce, y lo dulce por amargo!” Isaías 5:20