Gracia sublime

“Jesús le dijo: No me toques, porque aún no he subido a mi Padre; mas ve a mis hermanos, y diles: Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios.” Juan 20:17

Jesús acaba de resucitar y habla con María Magdalena, una de sus más fieles seguidoras, que lo adoraba desde el día en que el Señor la liberó de siete demonios (Lucas 8:2). Interesante que, según el relato de Marcos, esta fue la primera persona a quien Jesús se le presentó resucitado (Marcos 16:9). No fue a Pedro ni a Juan, tampoco a María, Su madre terrenal. Quien primero recibe la buena nueva de que Jesús vive y comprueba que la muerte fue vencida, fue esta joven de quien sabemos poco. Algunos creen que era una prostituta ya que, poco antes de que su nombre aparezca en el Evangelio de Lucas, se habla de una mujer “que era pecadora” que lavó los pies de Jesús (7:36-50). Ahora bien, pudo haber sido ella, pero no podemos asegurarlo. En todo caso, su vida no debió haber sido ejemplar si siete demonios convivían con ella hasta que fue liberada. Por el otro lado, haya sido o no ella la que tuvo el coraje de adorar a Jesús, derramando perfume a Sus pies, lavándolos con sus lágrimas y secándolos con sus cabellos (¡en la casa de un fariseo!), lo glorioso es que el Maestro le dijo: “Tu fe te ha salvado, ve en paz.” (7:50).  Y a aquella otra mujer que fue capturada en pleno adulterio, el Señor le dijo: “Ni yo te condeno; vete, y no peques más.” (Juan 8:11b). ¡Sublime Gracia!

Lo que estoy tratando de resaltar es la misericordia de Dios. Este solo verso nos da mucha luz respecto al corazón del Señor. Observa cómo Jesús le pide a María Magdalena que les cuente a Sus hermanos. Jesús llama “hermanos” a Sus seguidores (incluidos tú y yo, si hemos creído sinceramente en Él). Luego le dice que va a subir a Su Padre que es nuestro Padre, a Su Dios que es nuestro Dios.” ¿No es increíble? Jesús, en Su infinita Gracia y Amor nos iguala a Él. Nos da rango de miembros de la familia, estatus de realeza divina. Pedro afirma que somos “linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios” (1 Pedro 2:9a). Ahora bien, podemos pensar que esto aplica únicamente para Sus apóstoles o para los grandes profetas, pero poco antes de Su partida, en la última cena, Jesús ora: “Mas no ruego solamente por éstos, sino también por los que han de creer en mí por la palabra de ellos” (Juan 17:20). Está hablando de ti y de mí. De hecho, Jesús te ama de la misma manera que el Padre lo ama a Él, ¿puedes recibirlo?

“Como el Padre me ha amado, así también yo os he amado…” Jesús en Juan 15:9a

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