Contra la ansiedad, humildad
“Humillaos, pues, bajo la poderosa mano de Dios, para que él os exalte cuando fuere tiempo; echando toda vuestra ansiedad sobre él, porque él tiene cuidado de vosotros.” 1 Pedro 5:6-7
Para muchas personas, humillarse es sinónimo de degradación o vergüenza. Un diccionario define humillar como: “Inclinar o doblar una parte del cuerpo, como la cabeza o la rodilla, especialmente en señal de sumisión y acatamiento.” Para algunos humillarnos significa hacernos monjes, vestir harapos y separarnos de la sociedad… Pero Jesús no hizo nada de eso. Humillarnos no es consecuencia de nuestro poco valor sino de Su gran amor. No nos humillamos porque seamos poca cosa sino porque somos algo muy grande: Sus hijos amados en quien el Padre tiene complacencia. No nos humillamos por nuestra bajeza sino por Su grandeza. Ahora bien, creo que el verso siguiente nos arroja luz sobre lo que Pedro está enseñando: Nos humillamos “echando toda nuestra ansiedad sobre Él,” de modo que no se trata de desvalorizarnos. ¿Cómo puede Aquel que entregó a Su propio Hijo para darnos vida, considerarnos de poco valor? ¡Imposible! Tú y yo somos tesoros para el Señor, ovejas de Su prado, hijos amados en quien Él se complace. A lo que el apóstol se refiere es a soltar nuestras cargas a los pies de la Cruz.
La ansiedad proviene del orgullo y del miedo. No nos humillamos arrastrándonos sino dejando nuestras cargas en Él, bajándonos del pequeño trono que nos hemos inventado, dejándole a Dios Su lugar como único Rey. ¿Por qué sufrimos de ansiedad? Por miedo de que las cosas no salgan como queremos, porque necesitamos conocer el desenlace de lo que estamos viviendo; porque creemos que podemos controlar nuestras vidas y las de otros y, cual pequeños dioses, nos frustramos al no lograrlo. Pero la verdad es que no controlamos nada. Jesús dijo que ni siquiera podemos cambiar el color de nuestro cabello o hacernos crecer un codo de estatura. ¿Por qué queremos dirigir nuestras vidas (y las de otros)? Porque no confiamos en que Dios puede hacerlo. Sin embargo, el mismo Jesús nos dio el ejemplo humillándose ante el Padre, en absoluta obediencia. Si Jesucristo necesitó descansar en el Padre para cumplir Su misión, ¿será que necesitamos hacerlo también tú y yo? Ser humilde es anteponer los deseos del Padre a los propios. Solo así tendremos verdadero descanso para nuestras almas:
“Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas;” Mateo 11:29