Fruto, no flor… P1

“No puede el buen árbol dar malos frutos, ni el árbol malo dar frutos buenos.” Mateo 7:18

Vivimos en una sociedad obsesionada con la apariencia y la comparación. Queremos vernos bien, y eso no tiene nada de malo. El problema empieza, creo, cuando dejamos de ser para esforzarnos en parecer; cuando bajo la presión aceptamos pretender lo que no somos, comprometiendo nuestros valores. El éxito mundano se mide solo por afuera. A pesar de los muchos fracasos familiares, adicciones, violencia y aún suicidios de muchas personas famosas, seguimos tratando de imitarlos, de tener lo que tienen, de parecernos a ellos. Por el otro lado, los malos pretenden ser buenos y los políticos cambian de color como camaleones. Las noticias ya no informan acontecimientos, sino pretenden guiar nuestra manera de pensar, arrastrando a una sociedad emocional, poco crítica y muy poco informada, a comportarse de la manera establecida, causando una constante guerra de ideas falsas guiada por intereses individuales, en un interminable discurso de justificaciones, generando más odio e intolerancia. El honor, la integridad y la veracidad parecen valores pasados de moda, importando a muy pocos; sin embargo, Jesús con Su sabiduría eterna, lo simplifica todo. No se trata de lo que yo diga, de lo que pretenda, de a cuantos engañe. No se trata de mis flores plásticas, se trata de mis frutos.

Yo quisiera hoy invitarte a ser genuino. Si gastáramos la mitad de la energía que invertimos en parecer lo que no somos, en descubrir quiénes si somos, para qué estamos acá y cuál es nuestro propósito en este hermoso planeta, seríamos mucho más felices. Jesús nos da la clave: cambia el ser, no el hacer, porque el hacer seguirá al ser. Si eres un buen árbol, no podrás dar malos frutos; y si eres un mal árbol, no importa de cuántos colores tiñas las ramas, no darás buenos frutos. En otras palabras, la Biblia nos está diciendo: trabaja en la raíz, no en las ramas. Las flores y las hojas se lucen, pero luego se marchitan, y las ramas se desgajan, pero la raíz crece continuamente. Ella profundiza, se fortalece cada día, se nutre en lo profundo. Lo que pasa es que, como crece bajo la tierra, fuera de nuestra vista, no se preocupa por su apariencia sino se ocupa en su esencia. Se humilde, deja de tratar de impresionar; se ese fructífero árbol tal y como Dios lo creó.

“O haced el árbol bueno, y su fruto bueno, o haced el árbol malo, y su fruto malo; porque por el fruto se conoce el árbol.” Mateo 12:33

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