No se ve pero está germinando
“Así es el reino de Dios, como cuando un hombre echa semilla en la tierra; y duerme y se levanta, de noche y de día, y la semilla brota y crece sin que él sepa cómo.” Jesús en Marcos 4:26b-27
Recuerdo aquella actividad colegial donde, a un pequeño frasco de compota (alimento infantil hecho de frutas) le quitábamos la tapa, metíamos una o dos hojas de cuaderno humedecidas y apretujadas, y luego introducíamos frijoles que quedaban atrapados entre el papel mojado, ahora compactado, y el transparente vidrio. Tan solo unos días después, podíamos observar cómo los granos se iban rompiendo mientras estiraban sus deformes hojas comprimidas, y de cada uno brotaba una ramita que pronto sería un tallito verde claro que se enderezaba buscando la luz. Ahora bien, aunque no podamos meter árboles en nuestro frasquito de compota, sabemos que lo mismo ocurre con la bellota que se convierte en cedro, y con el mango, y la naranja, y la guayaba… No vemos lo que ocurre debajo de la tierra, pero mientras nuestra vida prosigue (dormimos y nos levantamos), “la semilla brota y crece sin que el hombre sepa cómo.”
Lo mismo ocurre con nuestras oraciones. Ellas suben al trono del Padre y son escuchadas, y cuando la respuesta es “si”, la semilla de aquello solicitado comienza a romperse, y mientras pasan los días, aunque no veamos cambios en la superficie, ella está brotando. Es más, aunque la respuesta sea “no” o “no todavía”, en el mundo incorpóreo del alma, en la conciencia o en el corazón, algo está reverdeciendo, y un tallito está buscando la Luz. Lo seco va dando paso al retoño; lo viejo a lo nuevo. El dolor se vuelve agua que riega la esperanza y ésta renace. No siempre que clamamos a Dios, Él hace lo que le pedimos sencillamente porque no siempre lo que le pedimos nos conviene. Pero eso no significa que no responda. A veces la respuesta tarda porque Él trabaja por procesos, a fuego lento. Dios no opera en las ramas. Él no limpia la flor y ni siquiera el fruto. Él actúa en la raíz, y a veces es necesario romper esa semilla de dolor, de rabia, de falta de perdón, para sanarnos. Pero te aseguro algo: si invocaste a Dios de corazón, aunque todo se vea igual, Él está trabajando en ti. Hoy te animo a orar con fe, con la certeza de que, en lo imperceptible, la semilla del cambio está germinando, y Su buen grano está naciendo. Observa tu alma que, como ese tallito, ya comienza a buscar la Luz.
“Porque de suyo lleva fruto la tierra, primero hierba, luego espiga, después grano lleno en la espiga;” Marcos 4:28