Ubiquémonos
“Cuando viene la soberbia, viene también la deshonra; Mas con los humildes está la sabiduría.” Proverbios 11:2
Dios nos da hermosas virtudes y cualidades pero que, sin el carácter debido, pueden convertirse en maldiciones. Personajes de gran belleza y magnetismo, que se ensoberbecen. Líderes políticos que se vuelven tiranos. Mentes brillantes que se centran tanto en sí mismos, que se llenan la boca de lo que solo Dios conoce. Personas talentosas en las artes que, debido a tanto aplauso, pierden la perspectiva y se vuelven lo que literalmente llamamos ídolos (alguien que ocupa el lugar de Dios). A otros les ocurre en los deportes y a otros más en los negocios. Se hacen tan famosos, tan influyentes, y tan ricos, que se apropian del don de Dios como si les perteneciera. Pero acá el sabio Salomón nos advierte que junto con “la soberbia, viene también la deshonra,” y eso también lo hemos visto: estrellas musicales o deportivas, líderes políticos e influyentes familias muy ricas, atadas a los vicios, las perversiones, la inseguridad y la tristeza, llevando vidas miserables, llenas de depresiones, trastornos y llegando al suicidio. Personas que parecen tenerlo todo, infelices y para quienes el éxito nunca es suficiente.
Pienso que todo se resume a un tema de posición. Mientas más nos centramos en nosotros, menos nos percatamos de los demás. Cuando nos convertimos en el centro del universo para muchos admiradores, nos lo creemos y se nos hace difícil recordar verdades esenciales como por ejemplo: no te creaste a ti mismo, no escogiste tu físico, tampoco tu intelecto, nacimiento ni raza. Los dones los da Dios, ¿o crees que tú te los otorgaste a ti mismo? Por eso es tan importante la humildad, porque ella nos permite ver y vivir desde la perspectiva correcta: somos temporales, frágiles, incapaces de comprender lo esencial: de dónde venimos; por qué estamos acá; que es bueno y que no; adonde iremos al morir. El apóstol Pedro escribe: “Toda carne es como hierba, Y toda la gloria del hombre como flor de la hierba. La hierba se seca, y la flor se cae.” (1 Pedro 1:24). Por eso Jesús nos compara con ovejas. Ellas no se saben defender, no se dirigen; se descarrían sin darse cuenta y el lobo las captura. Lo que realmente eres no está afectado por quien te creas ser. Bájate de tu pedestal. Déjale ese puesto al Único que lo puede ocupar. ¿No gobiernas ni tus sentimientos y esperas controlar tu vida y la de los otros? Tú y yo necesitamos a Dios, nuestro pastor. Ubiquémonos…
“Dios resiste a los soberbios, y da gracia a los humildes.” Santiago 4:6b