Tu ojo, la lámpara de tu cuerpo
“La lámpara del cuerpo es el ojo; así que, si tu ojo es bueno, todo tu cuerpo estará lleno de luz; pero si tu ojo es maligno, todo tu cuerpo estará en tinieblas.” Jesús en Mateo 6:22-23a
La realidad no existe porque siempre es afectada por la mirada de quien la ve. Nuestra cultura, historia y emociones afectan poderosa e inconscientemente la manera como vemos aquello que decimos ser real, particularmente cuando nos referimos a personas. Jesús nos enseña que el ojo bueno produce en nuestro cuerpo luz, y el ojo maligno, tinieblas. Juzgamos a diario por lo que vemos, creyendo saber, a través del aspecto o acciones de alguien, como esa persona es. Un poco como quien cree conocer al océano porque vio la playa. El profeta Jeremías afirma que: “Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso…” (Jeremías 17:9a). Ahora bien, si nosotros no somos capaces de comprender a nuestro propio corazón, ¿cómo pretendemos conocer el de los demás? Cuando juzgamos, lo hacemos desde nuestra perspectiva, desde nuestra silla de juez. Por eso no vemos con claridad. Pensamos: “todo está bien conmigo, el problema está en los demás,” pero Jesús te dice: “No, el problema está en la manera en cómo ves.” Y agrega: “¿Y por qué miras la paja que está en el ojo de tu hermano, y no echas de ver la viga que está en tu propio ojo?” (Mateo 7:3)
Nuestros ojos son como una lente sucia y distorsionada. Dependiendo de las circunstancias, a veces amplifica y otras minimiza, pero nunca refleja con exactitud lo que está observando, debido a sus paradigmas. A veces la imagen que vemos nos gusta o disgusta porque estamos reflejados en ella. Por eso Pablo dice: “… en lo que juzgas a otro, te condenas a ti mismo; porque tú que juzgas haces lo mismo.” (Romanos 2:1). Relee la última parte: “Tu que juzgas, haces lo mismo.” La verdad es que no sabemos que hay en el corazón de otros. Dios los creó a ellos, así como nos creó a ti y a mí. No podemos juzgar la obra sin juzgar al artista. No podemos decir que el artista es muy bueno pero sus creaciones no. Cuando juzgas a otro, no eres objetivo ni realista, simplemente le agregas y le quitas de sus muchos atributos, basado en tu experiencia. Solo hay uno que es objetivo para juzgarnos, y decidió no hacerlo. Jesús conocía exactamente lo que hay en el corazón de cada hombre (Juan 2:25), sin embargo, extendió su gracia sobre nosotros, decidiendo poner su infinito amor por encima de nuestras muchas imperfecciones:
“Vosotros juzgáis según la carne; yo no juzgo a nadie.” Juan 8:15