Vigorizando el alma

El día que clamé, me respondiste; Me fortaleciste con vigor en mi alma.” Salmos 138:3

David está alabando a Dios y dándole gracias por su fidelidad y su misericordia. A pesar del tremendo éxito de este extraordinario hombre de Dios (David era un guerrero valiente, un músico que peleaba con osos y leones, un poeta que venció a Goliat siendo un adolescente; un hombre que sabía hablar y negociar, sabio, vencedor de muchas batallas, segundo rey de Israel, padre de Salomón, etc.), su vida no fue precisamente fácil y se enfrentó a circunstancias muy complicadas, como el largo tiempo que estuvo huyendo de Saúl o sus temas familiares con su hijo Absalón. Debido a esto muchas veces fue atacado por el desaliento. Pero cuando esto ocurría, David lograba reanimarse clamando y alabando a Dios. No se enfocaba en las circunstancias, sino que buscaba al Todopoderoso, con quien mantenía una profunda comunión. Acá vemos que David clamó a Dios y Dios le respondió. ¿Cuál fue la respuesta? Bueno, Dios no desapareció el problema, sino que fortaleció a David con vigor en su alma. La circunstancia no cambió, pero al alabar, David cambiaba la manera en que se relacionaba con ella.

El alma tiene tres partes: intelecto, emociones y sentimientos, y voluntad. Cuando nuestra alma está débil, está bajo presión o se siente atrapada, nos volvemos hipersensibles y nos desanimamos o frustramos; queremos huir de todo y nos sentimos agotados. Sentimos que pocas cosas o ninguna vale la pena. Perdemos el foco, el propósito. Quizás tengamos razones muy sólidas y justificaciones muy reales para sentirnos así. Sin embargo, aunque no podemos cambiar la circunstancia si podemos cambiar la manera como nos relacionamos con ella. La solución no es acostarnos, atragantarnos de chocolates o buscar alivio en las drogas o en licor. La solución que David propone es que, en medio de la situación, te pongas de pie, endereces tu espalda física pero también tu espalda espiritual, levantes tu mandíbula, alces los brazos y comiences a adorar y alabar al Rey de reyes y Señor de señores, a exaltar a Dios, a clamarle para que fortalezca con vigor tu alma. Ese acto de fe en Dios, esa certeza de que Él nos oye y atiende desde lo invisible, nos devuelve la perspectiva, y nos reenfoca en su grandeza y en lo importante. Nos ayuda a deshacernos de lo irrelevante para que podamos ver el cuadro completo. La certeza de David es Dios, por eso afirma más adelante:

“Si anduviere yo en medio de la angustia, tú me vivificarás;” Salmos 138:7a

Los comentarios están cerrados.

A %d blogueros les gusta esto: