A la manera de Dios
“Y Naamán se fue enojado, diciendo: He aquí yo decía para mí: Saldrá él luego, y estando en pie invocará el nombre de Jehová su Dios, y alzará su mano y tocará el lugar, y sanará la lepra.” 2 Reyes 5:11
Naamán era un general del ejército sirio a quien el propio rey respetaba y admiraba porque era hombre valeroso en gran manera y quien había dado la victoria al país. Pero Naamán era leproso. Era un hombre brillante, un líder poderoso y como tal estaba lleno de orgullo, acostumbrado a resolver, a tomar decisiones y a ser obedecido. Por eso llevaba la lepra debajo del uniforme, bien escondida, como muchos de nosotros hoy que aparentamos ser exitosos en la oficina o en la empresa, en el deporte o en el arte, pero en casa, a solas, sufrimos el cáncer de la inmoralidad, de la depresión o tal vez adicciones y miedos irracionales. Extrañamente, una jovencita a quien el ejército de Naamán había capturado y llevada cautiva luego de una batalla, y quien servía a su esposa, fue quien le dijo a su señora: “Si rogase mi señor al profeta que está en Samaria, él lo sanaría de su lepra.” (Verso 4). Se refería a Eliseo, llamado “varón de Dios,” por los milagros y portentos que hacía. La esposa le comentó a su marido, este al rey y se tomó la decisión de ir hasta Samaria para probar. Naamán creía que Eliseo podía sanarlo, pero tenía que ser a su manera, además de que él pagaría por eso generosamente porque un hombre de su calibre no aceptaría regalos de profetas judíos. El gran Naamán no entendía aun que, con Dios, las cosas se hacen a su manera…
Mientras Naamán esperaba lleno de pompa a la puerta de la casa de Eliseo, éste le envió un sirviente a decirle que se sumergiera siete veces en el Jordán, lo cual hirió el orgullo de Naamán quien por su investidura esperaba un trato reverencial: “estando en pie invocará el nombre de Jehová su Dios, y alzará su mano y tocará el lugar, y sanará la lepra.” Luego de mucha resistencia y enojo, finalmente decidió obedecer y fue sanado completamente. ¿Qué pasó? Tuvo que tragarse su orgullo y humillarse, y entonces aquello que lo avergonzaba y atormentaba, desapareció hasta dejarlo limpio con “la carne de un niño” (Verso 14). Dios es Rey de reyes y si queremos su favor tenemos que hacer las cosas a su manera. A veces Él necesita que primero nos arrepintamos y quitemos todo rastro de orgullo (la lepra acá es sinónimo de pecado). Reconozcamos lo obvio: No somos dioses…
“Y volvió al varón de Dios, él y toda su compañía, y se puso delante de él, y dijo: He aquí ahora conozco que no hay Dios en toda la tierra, sino en Israel.” 2 Reyes 5:15