Sin honra no hay milagro
“Y no hizo allí muchos milagros, a causa de la incredulidad de ellos.” Mateo 13:58
Jesús estaba de visita en la ciudad donde creció, seguramente con el deseo de llevarles el evangelio, sanar a los enfermos y echar fuera todo demonio de aquellos que crecieron con Él, sus vecinos y excompañeros de la escuela. Sin embargo, la respuesta parece haber sido inesperada aún para Jesús ya que “estaba asombrado de la incredulidad de ellos” (Marcos 6:6). ¿Puedes imaginarte eso? Su incredulidad era tal que asombró al mismo Dios hecho carne. Pero ¿de dónde venía tanta duda? Pienso que de la familiaridad. Ellos decían “¿No es éste el carpintero, hijo de María, hermano de Jacobo, de José, de Judas y de Simón? … Y se escandalizaban de él.” (Marcos 6:3). Por eso el Maestro les dice que no hay profeta sin honra excepto en su propia tierra, es decir, todo profeta recibe honra, pero de los desconocidos. Recuerdo cuando le hablé de Cristo a un compañero de trabajo hace años. Él estaba hambriento de la Palabra y aceptó a Jesús como su único y suficiente Salvador en un almuerzo conmigo. A los pocos minutos, después de secarse las lágrimas por la emoción, se quedó pensativo y me dijo: “me divorcié hace unos meses y ahora me doy cuenta de que lo que tú me acabas de enseñar es lo mismo de lo que mi ex me estuvo hablando durante los seis años que estuvimos juntos.”
Pero no debemos acostumbrarnos a Dios. Todo lo que tenemos, lo que somos y hacemos, viene de Él. Nuestro corazón late y nuestros pulmones respiran gracias a Él. No demos por sentado nada de lo que tenemos porque no somos dueños de absolutamente nada, solo mayordomos de lo que nos es encomendado temporalmente. Muchos preguntan, si Dios existe ¿por qué hay tanta necesidad en el mundo? Porque Dios se mueve y manifiesta donde se le honra, no donde se le necesita. No podemos decir que somos creyentes y que Él es nuestro Dios, si a diario lo ignoramos al tomar decisiones, ignoramos su Palabra e instrucciones, y no oramos ni lo buscamos ni adoramos. No estoy hablando de “cumplir” con tareas, estoy hablando de que, si tú realmente crees que Jesús es Señor, lo que crees se manifiesta visiblemente en tu conducta, en tu vida. Francisco de Asís decía “predica veinticuatro horas al día, y solo si es necesario, habla.” Nuestro mayor testimonio no es lo que decimos, es lo que hacemos y la manera como lo hacemos, como vivimos. Si quieres ver la mano de Dios obrando en tu vida, no basta que le recites oraciones ni que vayas al servicio, no. Es necesario que le honres con tu vida.
“Y él dijo: Creo, Señor; y le adoró.” Juan 9:38
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