Las Miradas de Jesús – P2

“Y vuelto a la mujer, dijo a Simón: ¿Ves esta mujer? Entré en tu casa, y no me diste agua para mis pies; mas ésta ha regado mis pies con lágrimas, y los ha enjugado con sus cabellos.” Jesús en Lucas 7:44´

Jesús está en casa del fariseo Simón quien le había rogado que comiera con él. Este no reconocía al Maestro como Dios, sino que deseaba tener una discusión doctrinal con el Señor. Para él, y a pesar de que sabía de los milagros y maravillas que hacía, Jesús era otro Rabí. ¿Por qué? Por sus rígidos modelos mentales. El verdadero Mesías vendría en un caballo blanco (no en un burrito), guiaría firmemente a sus comandantes (no le lavaría los pies); y usaría todo su poder para liberarlos de la bota romana (no bendeciría a los que le maldicen). Repentinamente hubo ruidos y convulsión. Una mujer “pecadora” se metió en la cueva del lobo. Entró a la casa de Simón sin autorización y con una botella de perfume de alabastro, muy costoso, el cual derramó a los pies de Jesús mientras los lavaba con sus lágrimas y secaba con sus cabellos. El fariseo con sus paradigmas pensó: “Si éste (Jesús) fuera profeta, sabría la clase de mujer que lo toca.” En su paradigma, ella era irredimible; llevaba una etiqueta invisible e indeleble en su frente que decía: “pecadora.” Y si Jesús fuera quien dice ser, no se dejaría tocar por ella. Todo esto ocurre en su mente…

Pero como Jesús mira sin paradigmas ni estereotipos sino con amor, pasa algo extraordinario. Él ve el pasado y sabe que él no determina el futuro. Ella está arrepentida y ahora es salva, aunque solo Él lo sabe. Y Jesús decide usar a la mujer para aleccionar al que se cree sabio: “Ves a esta mujer.” Imagino que Simón pensó: “Claro que la veo, una pecadora.” Y le dice algo como: “Cuando vine a tu casa, no me diste agua para mis pies (servicio), pero ella no ha cesado de lavarlos con sus lágrimas; no me díste beso, pero ella no ha parado de besarlos (amor); no ungiste mi cabeza, pero ella ha ungido mis pies (honor). Ella está muy agradecida y me ama porque pecó mucho, pero tú que te crees digno, por eso no amas tanto ni estás igualmente agradecido. Por eso te digo que sus pecados le son perdonados.” ¡Qué diferente manera de ver un mismo acontecimiento desde dos miradas diferentes! Una llena de juicio, la otra llena de amor. No debemos juzgar a nadie por su aspecto ni por lo que vemos, porque nuestra mirada está saturada de distorsiones. Tengamos misericordia y pidámosle a Dios que nos permita ver cómo ve Él.

“Jesús les dijo: De cierto os digo, que los publicanos y las rameras van delante de vosotros al reino de Dios.” Mateo 21:31b

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