El Principio de la Honra – P1

“Mas Jesús les decía: No hay profeta sin honra sino en su propia tierra, y entre sus parientes, y en su casa.” Marcos 6:4

Jesús venía de resucitar a la hija de Jairo y de sanar a una mujer que había tenido flujo menstrual por 12 años consecutivos. Su fama crecía y quiso venir a su pueblo, a sanar a los enfermos, librar a los oprimidos y enseñar la Palabra con las buenas nuevas a sus parientes y familia. Sin embargo, la recepción resultó inesperada aún para Dios hecho hombre, al punto que Jesús estaba asombrado de la incredulidad de ellos. Esto hace que el Maestro haga tan lamentable afirmación que podemos parafrasear como “el único lugar donde un profeta es despreciado, maltratado, deshonrado es en su propia tierra” (ciudad o poblado), y luego va cerrando el círculo: “entre sus parientes” (primos, tíos y abuelos), hasta llegar al núcleo: “en su casa”, es decir sus hermanos e íntimos. ¿Te ha pasado alguna vez que alguien cercano a ti repentinamente se pone a favor de alguien más, y parece darte la espalda? Algunos han tenido padres, madres y otros familiares que parece que siempre les apuestan a otros y no a ellos. Debe ser muy duro no tener el respaldo de la familia, de los más cercanos; ser comparados con otros, ser disminuidos, subestimados. Esa es la raíz de la deshonra. Sus hermanos de sangre conocían bien al Rabí. Seguramente jugaron con Él de niño, fueron a las mismas escuelas, lo vieron aprender a hablar, a leer y a caminar; lo vieron caerse y llorar; lo vieron trabajar en la carpintería de su padre José. Por eso no podían reconocer al Mesías.

Pero el problema es más profundo que eso. Dios no obra donde se le necesita, Dios obra donde se le honra y, para honrarlo, hay que creer en Él. Si Dios actuara en todo lugar donde se le necesita, tendría que violar nuestro libre albedrío para sanar a los que lo rechazan, alimentar a los que lo aborrecen y proteger a los que le odian. Todos necesitamos de Dios, pero Él solo obra donde se le cree, porque “sin fe es imposible agradar a Dios” (Hebreos 11:6). Cuando deshonramos a Dios, cuando lo subestimamos, cuando dejamos de maravillarnos de su grandeza, no puede bendecirnos a pesar de que desea hacerlo. Urge honrar a Dios. La Biblia dice que separados de Él nada podemos hacer. No solo somos infructuosos cuando deshonramos a Dios, sino que también lo hacemos infructuoso a Él. Jesús fue a su tierra para bendecir a sus parientes y familia, pero fue tan grande la deshonra que no pudo hacer milagros. No dice que no quiso ni que se ofendió, sino que no pudo. Nuestra incredulidad y deshonra a Dios impiden que Él nos bendiga:

“Y no pudo hacer allí ningún milagro, salvo que sanó a unos pocos enfermos, poniendo sobre ellos las manos.” Marcos 6:5

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