¿Por qué Dios permite tanta Injusticia? – P2
“A los cielos y a la tierra llamo por testigos hoy contra vosotros, que os he puesto delante la vida y la muerte, la bendición y la maldición; escoge, pues, la vida, para que vivas tú y tu descendencia;” Deuteronomio 30:19
Las buenas decisiones traen beneficios, y las malas, perjuicios. Dios nos dio desde el principio el libre albedrío y la fórmula para sacar lo mejor de la vida. A mayor número de buenas decisiones, mayores las bendiciones y, a mayor número de malas (desobediencia), mayores las maldiciones. Dios nos dio el poder de elegir. Si escogemos el bien y la vida, viviremos nosotros y nuestra descendencia. Si además de eso, nuestros ancestros y padres y abuelos también escogieron la vida, el bien y la bendición, tendremos una herencia espiritual maravillosa. Sin embargo, considerando la historia y las muchas generaciones apartadas de Dios en el mundo, el balance de la herencia total es negativo. Esa es una de las principales razones por las que hay tanta penuria en la tierra: sufrimiento, pobreza, enfermedad y muerte. No es que Dios nos dé esas cosas, es que nosotros elegimos pobremente. Uno de los símbolos determinantes de que alguien ha llegado a la madurez emocional es el poder decir honestamente: soy el responsable. Mientras eso no ocurra y sigamos culpando a otros, seremos como esos jóvenes adolescentes que desobedecen a sus padres, se meten en problemas, y luego les echan a ellos la culpa.
Dios nos invita a escoger lo que Él anhela y lo que más nos conviene: la vida. Pero con frecuencia, nosotros creyendo saber mejor que Él, escogemos la muerte, la maldición, el mal. Y Dios sufre, pero por su propia Palabra no puede intervenir. Él no fuerza a nadie a hacer solo el bien porque sería violar nuestro libre albedrío. La ley del amor requiere que cada uno tenga la libertad de tomar sus decisiones; de escoger a Dios o rechazarlo; de obedecerlo o de rebelarse contra Él. De otro modo seríamos robots y los robots no saben amar. Por eso en una oportunidad Dios le dijo a su profeta Moisés, refiriéndose a la dureza y a la terquedad del pueblo de Israel: “¡Quién diera que tuviesen tal corazón, que me temiesen y guardasen todos los días todos mis mandamientos, para que a ellos y a sus hijos les fuese bien para siempre!” (Deuteronomio 5:29). Ese es el corazón de Dios. Él habla con su amigo Moisés imaginando como sería de gloriosa la vida de su pueblo si escogieran obedecer, si eligieran lo beneficioso, lo bueno, lo sagrado. No solo les iría muy bien a ellos, sino también a sus hijos. Es impresionante ver cómo amamos a nuestros hijos, pero no los instruimos en los principios de Dios.
“He aquí, herencia de Jehová son los hijos; Cosa de estima el fruto del vientre.” Salmos 127:3
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