Lidiando con la Ansiedad – P2
“Por nada estéis afanosos, sino sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias.” Filipenses 4:6
El primer paso para ser libres de la ansiedad tiene que ver con orar, con presentarle nuestras preocupaciones y cargas a Dios, y darle de una vez las gracias porque sabemos que Él tomará cartas en el asunto (no necesariamente como lo deseamos nosotros, pero confiamos en que Él está en control y su plan y voluntad son lo mejor). A ningún padre le gusta ver a su hijo asustado, muchos menos por algo que él (el padre) puede y quiere resolver. Dios es mejor Padre que nosotros y está siempre atento a nuestra oración. Por eso David, en medio de sus muchas angustias y persecuciones dice: “Busqué a Jehová, y él me oyó, Y me libró de todos mis temores.” (Salmos 34:4) Buscar al Dios Todopoderoso en medio del miedo y de la angustia, es lo más sensato que podemos hacer, pero necesitamos pasar tiempo con Él para sentir esa confianza, esa cercanía. Es importante compartirle tus preocupaciones, tus cargas, y soltárselas a Él. “En la multitud de mis pensamientos [angustias] dentro de mí, Tus consolaciones alegraban mi alma.” (Salmos 94:19)
¿Qué ocurre cuando pasamos tiempo con Dios? Del mismo modo que el niño aprende cómo comportarse pasando tiempo con su buen papá, jugando con él, viéndolo tratar a su mamá y hermanos, escuchando lo que dice y viendo lo que hace, observando lo que le agrada y desagrada, lo que aprueba y desaprueba, y así va desarrollando su confianza en él y en sí mismo, también nosotros aprendemos a confiar en Dios y en nosotros a través de pasar tiempo con Él en el día a día de nuestras vidas. En medio de los retos, en el peligro, en la incertidumbre y también en el éxito. Cuando las cosas van bien y cuando van mal. Incluso cuando pecamos tenemos la confianza de venir a Papá y restaurar nuestra relación, pidiendo perdón, dejándonos corregir, buscando su guía y sabiduría. Ahora bien, la clave está en la intencionalidad. No comenzamos a orar por accidente. Debemos fijar una cita diaria con Dios, a la misma hora e idealmente en el mismo lugar. Hagamos un altar (invisible) para Dios en nuestras casas. Busquemos allí su rostro cuando todo está bien y cuando no. Meditemos en su Palabra para conocer su corazón. Desarrollemos una relación íntima con el Espíritu Santo de Dios que ha prometido mudarse a nosotros una vez invitamos a Jesús (ver Juan 14:16-18). La oración es comunicación directa con el Trono de la Gracia. Él te promete escucharla…
“Tú oyes la oración; A ti vendrá toda carne.” Salmos 65:2
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