La Inalterable Bondad de Dios – P4

“El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con él todas las cosas?” 1 Juan 1:5

Hay preguntas en la Biblia que nos hacen reflexionar, no solo entender de una manera espiritual la revelación de Dios sino de una forma racional, lógica. El apóstol Pablo acá nos lanza una pregunta que podemos parafrasear como: “¿Qué más le pedirías a alguien que entrega su hijo por ti?” O de otra forma: “¿Cómo Aquel que dio a su Hijo para salvarte, te va a negar algo?” Y ciertamente es una buena pregunta. Analízala. Dios el Padre envió a su Hijo unigénito, único, para que a través del sacrificio de una vida perfecta y de morir una muerte brutal y humillante, tú puedas entrar a los cielos, ¿qué más pruebas necesitas del amor del Padre? Y si lo vemos desde el punto de vista del Hijo, si alguien muere pagando la condena que tú merecías, ¿qué más tiene que hacer para que sepas que te ama con todo su ser? La bondad de Dios no tiene límites. Es inalterable, inquebrantable, incondicional. Su esencia es dar y darse, en sacrificio, en amor, en total entrega. ¡Gracias Jesús!

Ahora bien, todo este dolor y toda esa sangre derramada no deben ser desperdiciados. Dios no lo hizo para sufrir, lo hizo para darnos vida. Isaías dice que “el castigo de nuestra paz fue sobre Él”, es decir, sufrió tormentos y agonía para que nosotros tuviéramos paz; no vivamos en angustia. Tomó nuestro lugar haciéndose culpable para que fuésemos hallados inocentes, no vivamos culpándonos. Fue herido por nuestras rebeliones, ya no seamos rebeldes; y fue molido por nuestros pecados así que ya no pequemos. Confiemos en la bondad de Dios. Aceptemos su señorío y soberanía sobre nuestras vidas. Recibamos su bondad y amor que no dependen de nosotros. No se trata de nuestra dignidad, sino de la de Él. Somos amados a pesar de nuestros defectos; somos valiosos para el Padre al punto que mandó a la cruz a su único Hijo. Somos su especial tesoro, su pueblo, su esperanza. Por eso Pablo, en su carta a los Corintios hace la más bella oración, el mas bello pedido, pero no de su corazón, sino de parte de Dios. Nos explica que Dios está rogándote por medio de él (Pablo) algo muy especial. No es Pablo el que te lo ruega, es Dios quien envía al apóstol como su representante para que te diga que Él, el Señor te lo pide: “Reconcíliate conmigo.” Ese es su principal anhelo:

“Así que, somos embajadores en nombre de Cristo, como si Dios rogase por medio de nosotros; os rogamos en nombre de Cristo: Reconciliaos con Dios.” 2 Corintios 5:20

Los comentarios están cerrados.

A %d blogueros les gusta esto: