Mantén el Fuego Encendido – P1

“Y el sacerdote se pondrá su vestidura de lino, y vestirá calzoncillos de lino sobre su cuerpo; y cuando el fuego hubiere consumido el holocausto, apartará él las cenizas de sobre el altar, y las pondrá junto al altar.” Levítico 6:10

Uno de los principales rituales en Israel era el sacrificio de animales. Los sacerdotes oraban por el perdón del pueblo, traían un animal sobre el que imponían manos (transfiriendo el pecado al animal) y lo degollaban. Con el derramamiento de su sangre Israel recibía perdón. Aún hoy día los judíos hacen esto, pero para nosotros, los cristianos, Jesús, el Cordero inmolado ya tomó nuestro lugar de muerte para darnos la vida y pagó el precio de nuestros pecados. Sin embargo, esta cita nos da una enseñanza poderosa: el sacerdote debía hacer 3 cosas diariamente: 1. quemar totalmente la parte que correspondía al sacrificio, 2. recoger cuidadosamente las cenizas (de los leños y del animal sacrificado), y 3. poner nueva leña para mantener el fuego encendido 24×7. Dios nos instruye a sacrificar diariamente a Dios, pero ¿sacrificar qué? Quizás sea un ídolo que debemos quemar en el altar del corazón, como por ejemplo la confianza en lo que poseemos (dinero, estatus, propiedades), en lo que hacemos (trabajo, título o lugares que frecuentamos) y nuestra reputación (número de seguidores, el apellido e incluso el nacionalismo). Ídolo es toda aquella fuente de la que fluye nuestra identidad separada de nuestro Creador.

Pero quizás lo que debamos sacrificar en ese altar es nuestra lengua, oídos y ojos porque los usamos para juzgar y murmurar. Al no tener la identidad de hijos de Dios suficientemente arraigada, sentimos miedo y nos dejamos definir por los estándares de éxito que dicta el mundo, no las Escrituras. Comenzamos a compararnos y a sentirnos inferiores, y en medio de esa inseguridad engendramos envidia, frustración, rabia y codicia; nos volvemos defensivos y empezamos a justificarnos y a disminuir a otros para sentirnos superiores (del mismo modo que Caín quien mató a Abel porque Dios se agradó más de su hermano). Sea ídolo o pecado, necesitamos sacrificarlo en el altar de Dios, a diario. Y una vez que lo hacemos, Dios ordena apartar las cenizas, que representan el pasado y aquello que obstruye la llama como falta de perdón, culpa, autocompasión, rechazo. Es un ejercicio diario, constante, para que el fuego esté vivo, siempre.

“El fuego arderá continuamente en el altar; no se apagará.” Levítico 6:13

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