¿Qué Gloria Buscas? – P2

“Pero yo no recibo testimonio de hombre alguno; mas digo esto, para que vosotros seáis salvos.” Juan 5:34

Jesús está nuevamente predicándoles a los endurecidos corazones de los fariseos. Les dice que escudriñen las Escrituras porque ellos (los religiosos) creen que en ellas está la vida eterna, y son precisamente ellas las que hablan de Él, pero seguían sin comprender. Sin embargo, muchos de ellos (incluso de entre los gobernantes judíos), le creyeron, pero tomaron la decisión equivocada. No confesaban a Jesús para no ser rechazados por los hombres (Juan 12:42-43). O como está escrito: “… amaban más la gloria de los hombres que la gloria de Dios.” Debió haber producido mucho dolor en el corazón de Jesús ver como aquellos que si creían en Él, lo disimulaban y se lo perdían por cobardía, prefiriendo la gloria terrenal que la eterna. Jesús sabía (y sabe) lo que hay en el corazón de cada hombre. No puede ser engañado y cuando veía a alguien, sabía lo que pensaba. Por eso Él no recibe testimonio de hombre alguno sino de Dios. ¿Por qué? ¿Por ser arrogante con la gente? ¡Jamás! Lo que sucede es que Él sabía que muchos de aquellos que llenos de gozo durante la entrada triunfal de Jesús a Jerusalén gritaban en medio de la multitud: “¡Bendito el rey que viene en el nombre del Señor; paz en el cielo, y gloria en las alturas!” (Lucas 19:38), eran los mismos que poco después pedirían también a gritos, pero de rabia y odio: ¡Crucifícale, crucifícale! (Lucas 23:21,23).

Jesús se dejaba adorar por los que le creían, como el ciego al que sanó, el leproso, la mujer pecadora en casa de Simón el fariseo, María Magdalena y muchísimos otros. Su corazón estaba siempre lleno de gracia y amor para todos. Sin embargo, su propósito no se desviaba ni una pulgada por los halagos de las multitudes ni tampoco por el acoso y amenazas de sus críticos. Jesús permanecía incólume, inalterable, 100% alineado al Plan Divino. Sus ojos y oídos estaban puestos en el Padre. Esa era la voz que guiaba sus pasos. Por eso siempre encontraba tiempo para orar, aun si eso implicaba no dormir después de sus muy intensos días. Jesús vivía según sus convicciones y en absoluta obediencia al Padre incluso en cada Palabra que hablaba. Cuando la multitud lo aplaudía Él no cambiaba su rumbo por mas “likes” ni se sentía más seguro de Si mismo. Cuando la multitud lo amenazaba, aun insultándolo y blasfemando contra Él, su amor por ellos prevalecía de modo que nada impidió que muriera por ellos, por nosotros, por ti y por mí…

“Gloria de los hombres no recibo.” Juan 5:41

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