El Último Canto de Jesús en la Tierra

“Y cuando hubieron cantado el himno, salieron al monte de los Olivos.” Mateo 26:30

Este fue el cierre de la Última Cena. Jesús instituyó la cena del Señor para que todos sus hijos lo anunciemos hasta su venida y allí, con los doce (si, incluyendo a Judas), bebió vino por última en la tierra: “hasta aquel día en que lo beba nuevo con vosotros en el reino de mi Padre.” (Verso 29b). Muchos estudiosos concuerdan en que los himnos cantados en esas reuniones o cenas judías eran los Salmos desde el 113 al 118. Me impacta sobremanera pensar que lo último que Jesús hizo antes de ir al Monte de los Olivos, al jardín de Getsemaní donde comenzaría su calvario, haya sido cantar alabanzas a Dios. Además, los dos últimos versos del Salmo 118 son muy reveladores: “Mi Dios eres tú, y te alabaré; Dios mío, te exaltaré. Alabad a Jehová, porque él es bueno; Porque para siempre es su misericordia.” (Versos 28-29). Creo que esto nos dice mucho respecto a la importancia de adorar a Dios en medio de las dificultades. La alabanza, la exaltación y adoración a Dios no solo es apropiada porque Dios la merece como Señor de señores y Rey de reyes. También es buena para nosotros porque nos fortalece, nos ubica en la perspectiva correcta al enfocarnos en Él, en lo eterno, en lo trascendente, en lo importante.

Vemos por ejemplo que Abraham no se debilitó en su fe “sino que se fortaleció en fe, dando gloria a Dios,” es decir alabándolo. Alabar a Dios fortalece nuestra fe. No sé que situación estás viviendo ni cual desierto estés atravesando, pero si sé que si levantas los brazos (aunque no lo deseas) y abres tu boca para exaltar al Dios de Israel y enfocarte en su benignidad, en su poder, en su misericordia, en su justicia, en su amor, y le alabas, y le abres tu corazón, Él va a hablarte, fortalecerte y va a manifestarse en ti. La Biblia lo llama “sacrificio de alabanza” y es un sacrificio porque nos reta a actuar por fe, no por vista; a hacer lo que nos conviene, no lo que nos provoca. Nuestra alma quiere quejarse, y está bien, pero tomamos tiempo para alabarlo. Nuestra mente quiere culpar, pero elegimos agradecer. Sentimos un gran desánimo, pero le ordenamos a nuestras emociones que se alienten. Sentimos miedo, pero elegimos confiar en Dios. Así se pelea la “buena batalla de la fe”, insistiendo en la oración y cantando himnos al Señor. Deshaciendo la mentira aparente con la Verdad eterna; las tinieblas con la Luz; el mal con el bien. Ahora bien, claro que desmayaremos muchas veces. Tendremos que pelear, y dolerá. Seguro que nos caeremos, pero en Dios, nos levantaremos una y otra vez.

“Porque siete veces cae el justo, y vuelve a levantarse …” Proverbios 24:16

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