La Consistencia de Daniel – P1

“Así halló José gracia en sus ojos, y le servía; y él le hizo mayordomo de su casa y entregó en su poder todo lo que tenía.” Génesis 39:4
José había sido vendido por sus propios hermanos a unos traficantes de esclavos ismaelitas, los cuales a su vez lo vendieron al poderoso Potifar. Sin embargo, sucedió algo único e inimaginable: José halló gracia y le servía, y esto hizo que el amo lo nombrara mayordomo de su casa, al punto que le entregó todo. Ahora bien, aunque esto se describe en un verso, ¿cuánto tiempo debió haber pasado para que esto ocurriera? ¿Será que Potifar vio a Daniel esmerarse limpiando el piso el primer día de su esclavitud, y se dio cuenta de que era creyente en Dios, íntegro y buen trabajador, y sin pensarlo lo puso a cargo de toda su casa incluyendo sus riquezas? ¡Por supuesto que no! Esto debió tomar muchos meses, pero dos cosas eran notables en la vida de José: 1) trabajaba con excelencia, y 2) Jehová estaba con él y lo hacía prosperar. ¡Qué tremendo testimonio más aun viniendo de un esclavo!
La Biblia no nos da detalles sobre ese tiempo, pero de algo podemos estar seguros: José mostró consistencia en su conducta. Este valiente israelita no pudo haber ganado tal confianza de parte de Potifar siendo diligente ocasionalmente; debió serlo a diario. José debe haber demostrado consecutivamente una integridad intachable y una sabiduría poco común mientras día a día, sin excepción, servía la casa de Potifar. Además, adoraba a Jehová abiertamente. ¿Cómo lo sabemos? Porque en el verso tres dice que “…vio su amo que Jehová estaba con él, y que todo lo que él hacía, Jehová lo hacía prosperar en su mano.” Potifar era egipcio y, por ende, politeísta, así que José tuvo que ser perseverante y coherente. Alguien dijo que “la gente exitosa hace consistentemente lo que otros hacen ocasionalmente.” Hay poder en la persistencia. Con frecuencia nos maravillamos por los logros extraordinarios que les ocurren a otros y que parecen inmediatos, ignorando toda la preparación previa. Vemos al sólido matrimonio de 30 o 50 años y creemos que “nacieron el uno para el otro”, cuando en realidad lo han cultivado a diario y navegado juntos muchas tormentas. Miramos a quien sube al podio por la medalla, pero ignoramos las madrugadas de duros entrenamientos. Descubrimos el ministerio exitoso, pero no contamos los miles de horas de oración ni los ayunos. En fin, vemos el fruto ignorando la siembra, el riego, la espera, la consistencia…
“Y dejó todo lo que tenía en mano de José, y con él no se preocupaba de cosa alguna sino del pan que comía.” Génesis 39:6a
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