¿Por Qué Sufrimos Pruebas? – P1

“Y te acordarás de todo el camino por donde te ha traído Jehová tu Dios estos cuarenta años en el desierto, para afligirte, para probarte, para saber lo que había en tu corazón, si habías de guardar o no sus mandamientos.” Deuteronomio 8:2
Luego de andar 40 años en el desierto, el pueblo de Israel se acerca al momento de entrar a la tierra prometida. Ellos pudieron haberlo hecho unos pocos días después de haber salido de Egipto, pero no estaban preparados. Su mente que vivió oprimida durante 430 años aún seguía esclavizada a pesar de que eran libres. La única manera de haberse convertido en unos pocos días en los guerreros valientes y listos para batallar que Dios quería, habría sido teniendo una fe absoluta en Jehová quien prometió guiarlos a la victoria. Pero eso no ocurrió, y ahora, 4 décadas después y una vez aprendida la lección, tienen una nueva oportunidad. Pero antes Jehová les recuerda que esos años fueron de prueba (“para probarte, para saber lo que había en tu corazón”). La pregunta que me hago es: ¿No sabía Dios lo que había en sus corazones? Claro que sí. Lo que Dios quería con la prueba era que ellos, no Él, supieran lo que había en sus corazones.
Una de las varias razones que yo encuentro en la Biblia para que seamos probados, es para que sepamos lo que hay en nuestros corazones. Nos creemos mejores de lo que somos, mas benignos y generosos, más valientes, más sabios y amorosos. Por eso Proverbios 21:2 nos recuerda: “Todo camino del hombre es recto en su propia opinión; Pero Jehová pesa los corazones.” En otras palabras, todos sentimos que lo que hacemos está bien, pero solo Dios lo sabe. Por ejemplo, cuando Jesús le anticipó a Pedro que éste lo negaría 3 veces, Pedro dijo que estaba dispuesto a ir a la cárcel y a la muerte. Una vez que se cumplió la Palabra de Jesús y efectivamente su apóstol Simón lo negó, éste lloró amargamente. ¿Cuál fue la causa de su llanto? El descubrir que lo que realmente había en su corazón era diferente a lo que creía. De allí nace el arrepentimiento. Todos los que hemos nacido de nuevo, llegamos a Jesús a través del arrepentimiento. El Espíritu Santo es el que nos convence de pecado, el que nos redarguye y confronta. Cuando se lo pedimos, Él abre nuestro entendimiento y nos revela lo que hay en nuestros corazones, y al invitar a nuestra vida al Santo, nuestros pecados surgen a la superficie como burbujas de aire desde el fondo de un manantial. No rechaces las pruebas porque, en medio de ellas:
“Jehová tu Dios te introduce en la buena tierra, tierra de arroyos, de aguas, de fuentes y de manantiales, que brotan en vegas y montes;” Deuteronomio 8:7
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