En la Intimidad de la Oración

“Mas tú, cuando ores, entra en tu aposento, y cerrada la puerta, ora a tu Padre que está en secreto; y tu Padre que ve en lo secreto te recompensará en público.” Mateo 6:6

Jesús está ante todo el pueblo enseñando acerca de la oración, y podemos notar varias cosas. Primero, les está hablando a todos, lo cual nos indica que la oración la necesitamos todos, no solo los apóstoles o sus súper discípulos. Segundo, el Maestro asume que todos oramos porque no dice “si oras” sino “cuando ores.” No se puede seguir a Dios sin orar porque la oración es la que nos conecta con Dios. Autodenominarse cristiano y no orar es como reconocerse atleta y nunca entrenar. ¿Has visto esas personas que se sientan a comer papas fritas y a beber cervezas viendo el fútbol, bien cómodos en sus sillas, y que al final del juego anuncian con gran orgullo: “¡Ganamos!”? Bien, lo que ellos tienen de deportistas lo tiene de cristiano aquel que no ora a diario. Tercero, la clave está en el corazón. La oración no busca impresionar a nadie, sino comunicarse con el Padre. A Él le gusta la intimidad, el secreto. Lo que el Espíritu Santo más desea es tener comunión personal contigo. Y cuarto, la oración trae beneficios, recompensas. Por eso el escritor de Hebreos afirma que “sin fe es imposible agradar a Dios; porque es necesario que el que se acerca a Dios crea que le hay, y que es galardonador de los que le buscan.” Dios galardona, recompensa, premia a los que le buscan.

Ahora bien, eso no quiere decir que cada vez que ores Dios va a responder de la manera que se lo estás pidiendo, no. Lo que sucede es que cada vez que te acercas a Dios, tu mente se renueva, tu perspectiva se ensancha, y en esa intimidad conoces un poquito más al Señor. De hecho, pedirle a Dios es tan solo una parte de la oración. Si dedicas todo el tiempo de oración solo a pedirle lo que deseas, poco a poco tus oraciones se volverán almáticas, es decir basadas en tus emociones. Además, ¿cómo puedes conocer a alguien si solo le hablas y nunca le oyes? Él es el centro de la oración, no tú. Necesitamos conocer a Dios para pedirle de acuerdo con su voluntad. Tu tiempo de oración debe ser el mejor momento del día. Un tiempo para exaltarlo y adorarlo, para agradecer por lo que hizo y hace cada día. Tiempo de amarlo, de bendecir su nombre, de escucharlo; de recibir su paz y amor, su sabiduría y poder. Tiempo de degustar su Palabra para conocerlo más de cerca.

“Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid todo lo que queréis, y os será hecho.” Juan 15:7

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